martes, 3 de mayo de 2011

Butoh crítico...


Los cuerpos son la base de coerción en el sistema capitalista. Antes de acumular riqueza, procuran acumular humanidades y sus voluntades. Realidad que duele a la hora de ver que somos considerados meros engranajes de un sistema impersonal y cruel.
 
En el sistema capitalista, los cuerpos brindan un instrumento específico para plasmar la dominación. El concepto de obediencia se materializa en las relaciones naturales y en los lugares cotidianos en donde vivimos, trabajamos, estudiamos y nos desarrollamos como individuos.
 
Hace muchos años, el gran filósofo e historiador francés Michel Foucault, nos alertaba acerca de la clara función que cumplían las instituciones disciplinarias (el trabajo, la escuela, la universidad) y los mecanismos de control que utilizaban. No solamente con el fin de distribuir los cuerpos en los espacios productivos y extraer o acumular tiempo rentable en ellos, sino también lograr convertir a cada uno en parte de un mecanismo eficaz en donde se compongan, concilien y articulen fuerzas.
 
Actualmente, a los cuerpos se los trata de domesticar, impartiéndoles conductas a seguir, normas a la cuales someterse, adiestrándolos para que cumplan una función específica, para crear un sujeto útil y servible a los poderes que nos vigilan.
 
El cuerpo singular, se convierte entonces en un elemento, se cosifica. Dicho “elemento” puede colocarse, moverse, articularse sobre otros cuerpos. Su arrojo o su fuerza propia no son ya variables principales que lo definen a ese cuerpo, a esa fuerza; esa autodeterminación ya no le pertenece. Nuestro cuerpo en el sistema capitalista ya no nos pertenece.
 
Esto podría resultar demasiado duro, pero se justifica aplicando una lógica, que es la lógica que prima por sobre las otras lógicas que quedaron hoy relegadas. La lógica instrumental que dio un paso hacia adelante y reconstituyó que nosotros no seamos más para nosotros, sino para un engranaje superior.
 
Una forma de movernos naturalmente a diario, pero de manera involuntaria, inconsciente. Lo llevamos a cabo en nuestros tiempos de oficina, en la universidad, en las calles, en el tránsito, inclusive en nuestro tiempo libre. Hemos incorporado modos de conducta plenos de un sistema, no propios de un sujeto.
 
Algunos dirán que no podrán escapar a la rutina. Eso es verdad, yo tampoco, lo intento y no lo logro, lo admito. Pero la esencia del hombre no es la del ser obediente para el regocijo de otros, sino el ser para uno, para lograr nuestra propia libertad. Entonces me pregunto: ¿Cuándo aprehendimos a olvidarnos como sujetos? ¿El sistema nos ha domesticado completamente? ¿Sólo somos meros cuerpos obedientes del capitalismo? ¿O es que al leer estas palabras uno recuerda que no somos totalmente esclavos, sino que la impavidez del día a día supera nuestra conciencia y nos obnubila?
 
El sistema es muy inteligente. El capitalismo materializó las relaciones humanas para hacerlas comunes y desprogramar el instinto libertario con el que nacemos. Eso lo logran mediante el miedo y la vigilancia. Nos vigilan las cuentas bancarias, nuestro peso, los gustos de vestimenta, las carreras que elegimos, los trabajos que realizamos, las posturas que tomamos frente a cualquier situación. Y luego, si no cumplimos, comienzan los castigos.
 
Castigos que se materializan en hacernos creer que no somos útiles por nosotros mismos si no obtenemos un título para competir en el mercado laboral, si no concordamos con aquellos que nos rodean, si no estamos a la moda o si no creemos lo que para la mayoría es el pensamiento “correcto”. Y el miedo es el peor de todos ellos, ya que te quitan la libertad de decidir no pertenecer.
 
Las formas de poder se basan en los saberes que nos ofrecen como propias creaciones culturales y folclóricas, pero que nada tienen de propias. Se encuentran prefabricadas y testeadas durante muchos años, como si fuera una prueba gigante de laboratorio con el fin de la dominación, con el fin de la sujeción.
 
Bajo este escenario, nosotros seríamos los ratones sobre los cuales utilizan sus artilugios. Por eso, al primero que los desafía, lo apartan y lo hacen sentir aislado. El caso superlativo es el del criminal o el del loco, quienes directamente por salirse del sistema son enviados a rehabilitarse a los loqueros o a las prisiones, si es que en esos lugares alguien podría rehabilitarse.
 
En la antigüedad, el miedo era al castigo físico. Hoy es al ser vigilado y aislado de la comunidad, el sentirse sólo, el sentirse loco. El capitalismo agudizó sus instrumentos de presión y tortura, hoy ya no golpean la carne, hoy golpean el espíritu.
 
Es por eso que para concluir, cito y comparto una de las frases que más me impresionó a lo largo de mis años de estudio, y cuando me plantearon realizar una nota acorde a la temática de los cuerpos, me vino automáticamente a la cabeza.
 
Alexis de Tocqueville decía: “cadenas y verdugos, esos eran los instrumentos que empleaba antaño la tiranía, pero en nuestros días la civilización se ha perfeccionado hasta el despotismo, que parecía no tener ya nada que aprender” . Y continúa diciendo que el tirano de antaño “ para llegar al alma, hería groseramente el cuerpo, y el alma, escapando de sus golpes, se elevaba gloriosamente por encima de él […] la moderna tiranía, en cambio, deja el cuerpo y va derecho al alma”.

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